Durante la larga y terrible guerra entre griegos y troyanos surgieron muchos héroes ilustres. Uno de los más esclarecidos fue un príncipe troyano, el noble Eneas, hijo de Anquiseo y de Venus.
Cuando los griegos penetraron en Troya mediante la estrategia del caballo de madera e incendiaron la ciudad, Eneas y su familia trataron de ponerse a salvo.
El héroe salió de Troya llevando sobre los hombros a su anciano padre Anquiseo. Acompañaban a Eneas su esposa, Greusa, y su hijo, Ascanio.
Destinados por los dioses a navegar hacia occidente hasta llegar a las costas de Hesperia - y fundar allí lo que hasta hoy es Italia- , Eneas y su familia sufrieron grandes desdichas y calamidades en el curso de su viaje.Durante él fallecieron la esposa y el padre del héroe. Se vieron asediados por tempestades y naufragios, por combates con monstruos feroces y otros hechos aciagos, entre los cuales se contó un descenso a los infiernos.
El relato de estas aventuras, efectuado por el gran poeta romano Virgilio, se llama La Eneida, y viene a ser una réplica latina de La Odisea, la epopeya griega que narra las aventuras de Ulises.
Ya en los inicios de su viaje se tropezaron con las Arpías, horrendas aves de rapiña de inaudita ferocidad. Se habían refugiado en una isla, donde hallaron un rebaño de hermosas reses. Mataron algunas y se dispusieron a asarlas. Pero apenas se habían sentado a comer, cuando oyeron un furioso aleteo y vieron que el cielo se ennegrecía con un denso enjambre de aves. Al instante, las Arpías se abalanzaron sobre ellos, y, picoteando salvajemente la carne, huyeron con ella a las montañas. Los troyanos atacaron con sus espadas a las aves, pero no pudieron repeler su incursión. Agotados y hambrientos, embarcaron de nuevo y se hicieron a la vela.
Llegaron después a la isla de los Cíclopes, donde estuvieron a punto de perecer a manos de Polifemo y sus gigantescos compañeros. Cuando el terrible monstruo, cegado por Ulises, oyó acercarse a los troyanos, penetró en el mar y, alzándose a gran altura sobre las aguas, lanzó un tremendo bramido de cólera, que zarandeó la nave y despertó a los demás gigantes. Estos corrieron a la orilla y se alzaron allí amenazadores, como una hilera de corpulentos pinos. Pero remando con fuerza y luchando por mantener la cabeza fuera del agua, los troyanos lograron ponerse finalmente a salvo.
Alzáronse luego ante ellos Escila y Caribdis, el monstruo y la vorágine , donde hoy se encuentra el estrecho de Mesina. Pero Eneas, advertido por expertos marineros, quienes le dieron el medio de sortear a la terrible pareja, evitó caer en sus garras.
Aunque lograron rehuir Escila y Caribdis, nuevas desventuras les aguardaban.
Juno, enemiga de los troyanos, provocó una tempestad para hundir su nave; y lo hubiera conseguido, a no ser porque Neptuno hizo amainar el temporal, depositando la nave en las costas de Cartago, colonia fenicia de la costa norte de África, frente a Sicilia.
En Cartago reinaba la diosa Dido, que dispensó una cordial acogida a los troyanos y les ofreció su hospitalidad. Cautivada la reina por el bello Eneas, quiso persuadirlo de que fuera su esposo y se estableciera en Cartago, compartiendo el trono con ella. Pero advertido por Júpiter de que debía proseguir su viaje porque el destino le reservaba otras cosas, Eneas levó anclas y abandonó Cartago. Cuando Dido vio que nada lograba retenerlo a su lado, ordenó a sus servidores que encendieran una pira funeraria, y, clavándose una estaca en el corazón, se arrojó a ella.
Poco tiempo después, llegaron los fugitivos a las costas de Italia. Pero antes de desembarcar, Eneas resolvió descender al Hades, para interrogar a los muertos. Con ayuda de Venus obtuvo una rama dorada, que debía ofrecer a Proserpina, reina de las regiones subterráneas, para que esta le permitiera entrar en el Hades. Con esta rama logró que Caronte, el sombrío barquero del Averno, lo transportara a la otra orilla de la laguna Estigia.
Cuando puso su planta en el Hades, tuvo que burlar al can Cervero, el perro guardián de tres cabezas. A fin de apaciguarlo, le tiró una torta que contenía una droga. Después de comerla, el temible can se quedó dormido. Eneas vio en el Hades la sombra de la reina Dido y supo, lleno de dolor, que la reina se había quitado la vida al no poder soportar su ausencia. Se le aparecieron también las sombras de sus compañeros, los ínclitos guerreros con quienes combatió en Troya, Orfeo tocando su melodiosa lira y su querido padre Anquises, quien le vaticinó que daría origen a una noble estirpe, fundadora de la poderosa Roma.
A su regreso del mundo subterráneo, Eneas hízose de nuevo a la vela. Navegando junto a las costas de Italia, llegó por último a la desembocadura del Tiber y penetró hasta el Lacio, región gobernada por el rey latino.
Los arúspices habían profetizado que un extranjero llegaría un día al Lacio para pedir la mano de la encantadora Lavinia, hija del rey Latino, y que de esa unión nacería una estirpe que con el tiempo dominaría la tierra.
Al principio, el rey Latino se mostró muy hospitalario con Eneas. Comprendió claramente que era aquél el noble extranjero enviado por los dioses para casarse con su hija y fundar la nación romana. Pero Juno seguía hostil a los troyanos y fomentó la desconfianza del rey, volviéndolo contra Eneas. Instiló también el odio en el corazón de un rey rival llamado Turno, que aspiraba ala mano de Lavinia.
A consecuencia de la enemistad concertada de Latino y Turno, Eneas tuvo que confiar únicamente en la fuerza de las armas.
Pero después de una guerra larga y sangrienta, Júpiter, que contemplaba las hostilidades desde lo alto, decidió que los troyanos ya habían sufrido bastante, e impuso su autoridad sobre Juno; así acabó el combate y los seguidores de Eneas obtuvieron la victoria. El punto álgido de la batalla se produjo cuando en el campo de batalla del Lacio, Turno arrojó su lanza contra Eneas, entonces Júpiter la desvió; pero cuando Eneas lanzó la suya, Júpiter hizo que el arma atravesase el escudo de Turno y se clavase en su costado.
Eneas avanzó entonces espada en mano para rematarlo, pero Turno, implorante, le pidió que le perdonase la vida.
El noble Eneas se disponía a hacerlo así cuando vio algo que le enfureció: Turno llevaba como trofeo de guerra el cinto de Palas, hijo de un aliado de Eneas, al que Turno había dado muerte en el combate. A la vista del cinto, Eneas montó en cólera, alzó su espada y asestó el golpe de gracia a su enemigo.
La muerte de Turno terminó con la oposición al enlace entre Eneas y Lavinia.
Eneas fundó en honor a su esposa la ciudad de Lavinium y fue el origen de una ilustre familia.
El mismo Julio César aseguraba descender de Eneas.
Al morir el héroe fue conducido a los cielos por Venus, pese a la oposición de Juno, que había sido la causante de todos sus infortunios.
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