Todos los años, cuando termina el estío y empiezan a caer las hojas amarillentas, tiembla la Tierra y se abre para dar paso a un oscuro carruaje tirado por cuatro caballos negros. Sostiene las riendas una figura tétrica e imponente envuelta en un manto negro como la endrina.
Cuando llega a campo abierto, encuentra a dos mujeres esperándolo, que se despiden con voz afligida. La más joven de ellas monta en el carro, el auriga hace restallar el látigo, y la negra aparición se hunde en las entrañas de la Tierra con sus ocupantes.
El auriga es Plutón, dios de las moradas subterráneas; la anciana es Ceres, o la madre Tierra; y la joven es su bellísima hija, Proserpina.
Cuando los dioses se repartieron el mundo, correspondiéronle a Plutón las lúgubres regiones subterráneas del Hades. En compensación por haberle asignado tan sombrío reino, Júpiter le prometió darle por esposa a la bella Proserpina. Pero cuando Júpiter, remiso a enfrentarse con la madre de la doncella, no cumplió su promesa, Plutón resolvió zanjar aquel asunto por sí mismo.
Un día, mientras Proserpina retozaba en los campos con las mozas aldeanas, Plutón se le acercó sigilosamente. Irrumpió en medio de las muchachas, raptó a Proserpina y la obligó a subir a su carro, llevándosela luego prisionera a las oscuras regiones subterráneas.
Ceres, transida de dolor por la desaparición de su hija, empezó a buscarla incansablemente, pero nadie sabía darle razón de su paradero ni decirle quién se la había llevado.
En su aflicción, Ceres descuidó atender a sus campos, y los labriegos viéronse amenazados por la ruina y el hambre. Alzaron un gran clamor pidiendo comida, e invocaron la ayuda de Júpiter. El padre de los dioses y de los hombres atendió sus ruegos y pidió a Ceres que volviera a los campos y levantara el tizón que los cubría. Pero ella se negó, diciendo que para que la Tierra produjera cosechas nuevamente, Proserpina tenía que volver a su lado incólume.
Júpiter accedió a libertarle del Hades con una condición : Proserpina no debía haber probado bocado ni bebida durante su cautividad en el Averno.
A fin de averiguar si había mantenido su ayuno, Júpiter despachó a Mercurio, su mensajero de los pies alados, a las regiones inferiores.
A su llegada, Mercurio supo que, efectivamente, Proserpina se había pasado semanas sin probar bocado. Durante largo tiempo, apartada del aire puro y del sol de su amada Tierra, se negó a ingerir alimento. Debilitada y con el ánimo quebrantado, languidecía por momentos.
Cuando Mercurio expuso a Plutón las condiciones de Júpiter para libertar a Proserpina, aquél inventó una última estratagema. Sabiendo cuán hambrienta se encontraba, le ofreció una jugosa granada.
Incapaz de resistir, Proserpina hincó el diente en la tentadora fruta, quebrantando así su promesa de no probar bocado en el Hades.
Como se mostró débil y comió, Júpiter decretó que a partir de entonces pasaría seis meses del año con Plutón en su negro reino subterráneo. Sólo cuando el invierno toca a su fin Proserpina, diosa de la primavera, puede librarse del temible yugo del dios y ascender de nuevo a la luz del sol.
Y en la tierra vive con su madre Ceres los restantes seis meses del año, durante la primavera y el estío resplandeciente. Pero cuando las hojas empiezan a marchitarse y caer, la Tierra se abre de nuevo y Plutón vuelve a reclamar a su esposa.
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