Pegaso era un magnífico caballo alado nacido de la sangre de Medusa, la Gorgona cuya cabeza cortó el héroe Perseo. Al nacer Pegaso golpeó la Tierra con uno de sus cascos, y en aquel lugar brotó una fuente, denominada Hipocrene que estuvo consagrada a Apolo y a las Musas.
Este animal, díscolo y fogoso al principio, fue finalmente domado por Minerva, quien se lo regaló a las Musas.
Un día, un esforzado héroe llamado Belerofonte, hijo de Glauco, rey de Epiro, acudió a Minerva para pedirle prestado este caballo. Desde hacía seis meses, las tierras de Licia, estaban siendo asoladas por un monstruo espantoso llamado la Quimera. Su cuerpo era mitad de león y mitad de cabra, y sus patas traseras de dragón. Su aliento se convertía en fuego al salir de sus horrendas fauces. Hallándose de visita en casa de Jobates, rey del desgraciado país, Belerofonte se enteró de los desmanes del monstruo. Inmediatamente se ofreció para librar a Licia de él. El rey aceptó agradecido.
Mientras se preparaba para destruir a la Quimera, Belerofonte consultó a un oráculo, el cual le dijo que, para dar cima a esta empresa, necesitaba disponer de Pegaso, el veloz corcel alado.
Dispuesta a ayudar al héroe, Minerva le entregó un freno de oro y lo condujo al abrevadero donde bebía Pegaso.
Ocultóse Belerofonte en espera de que el caballo alado descendiese volando ala Tierra. Cuando el caballo se acercó al abrevadero, Belerofonte le puso el freno; amansado Pegaso, permitió que Belerofonte lo montase. Ambos se elevaron entonces en busca de la Quimera.
Al cabo de muchas semanas, encontraron al monstruo cuando éste salía de un bosque, vomitando fuego y escorias por sus fauces. Belerofonte hizo descender a Pegaso, al tiempo que disparaba flechas contra la Quimera desde todos los lados. Así consiguió dar muerte al terrible monstruo.
Grande fue la gratitud del rey y de su pueblo por haberlos librado de aquel azote. Tan estentóreas fueron las aclamaciones, que Belerofonte terminó por ensoberbecerse. Un día, para demostrar su poder, resolvió volar con Pegaso hasta el cielo.
Pero cuando Júpiter vió esto, consideró desmesuradas las ambiciones de Belerofonte y para castigarlo por su soberbia envió contra él a un tábano, el cual picó a Pegaso mientras este volaba hacia el Olimpo. El caballo se encabrió, arrojó a Belerofonte de la silla y lo hizo caer por los aires. Belerofonte se precipitó a la tierra y se mató; pero, Pegaso siguió volando hasta llegar al Olimpo, donde se convirtió de nuevo en el caballo favorito de las Musas.
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