domingo, 17 de marzo de 2013
El gato que bailó de noche (leyenda africana)
Entre algunas tribus africanas el gato es un animal sagrado, objeto de culto y gran reverencia. Se halla muy extendida la creencia de que quien cause daño deliberadamente a un gato, será castigado con la muerte.
Algunos encierran a los gatos en una caja o los envuelven con esterillas, pues hasta temen mirarlos sin protección.
Érase una vez una joven desposada llamada Titishama, que se disponía a reunirse con su marido en su nuevo hogar, situado en otra aldea.
Como era costumbre que una novia llevase consigo algunos de sus animales favoritos, sus padres le aconsejaron que escogiera al fiel elefante sobre el cual solía montar, o al cervatillo que todas las mañanas solía comer en su mano. Pero Titishama, sorda a los consejos de sus padres, eligió a un hermoso gato venerado por su tribu y que ésta tenía por sagrado.
En la aldea de su marido, Titishama mimaba y acariciaba al gato constantemente. Lo puso en una casita especialmente construida para él, lo alimentaba con golosinas y todos los días rezaba ante su santuario.
Pero una noche su marido se despertó al oír un extraño ruido. A la tenue luz del fuego, presenció un espectáculo insólito y grotesco. El gato se había puesto su faldellín y bailaba una alocada danza cantando a voz en cuello y agitando su matraca. Tan furioso se puso el marido ante el espectáculo, que traspasó al gato con su azagaya, matándolo en el acto.
Cuando el gato murió, escuchóse un gran gemido de Titishama, quien se desvaneció y permaneció mucho tiempo sin conocimiento. Al recobrarlo, suplicó a su marido que no le dejara ver el gato descubierto, pues si lo hacía, los dioses sin duda la matarían.
Envolvieron al gato en una esterilla y lo devolvieron a la aldea de la muchacha. Lanzando gritos y gemidos desgarradores, los hombres de la tribu acudieron a ver al gato. Alguien ordenó que quitasen la esterilla. Pero a medida que los hombres fueron desfilando ante el gato para verlo, los dioses los fulminaron, hasta que no quedó alma viviente en la aldea. Así pereció todo el poblado, porque no supieron respetar la sagrada dignidad del gato.
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