lunes, 25 de marzo de 2013

Meleagro y el jabalí de Calidón

Durante muchos meses, un monstruoso jabalí asolaba las tierras de Calidón, destruyendo las cosechas y aterrorizando a los campesinos. Tan corpulento y feroz era el jabalí, que ni los más osados cazadores de Calidón podían con él.
Las gentes huían despavoridas cuando lo veían acercarse, y bastaba la simple mención de su nombre para que cundiera el pánico.

El jabalí les había sido enviado por una diosa vengativa: Diana, patrona de los cazadores, furiosa porque Eneo, rey de Calidón, descuidó ofrecerle el tributo debido; entonces azuzó al jabalí contra aquellas pobres gentes.

Mientras los ciudadanos suplicaban a los dioses que los libraran del monstruo, un gran campeón se hallaba ya en camino. El joven príncipe Meleagro, hijo de Eneo y Altea, empezó a reunir a su alrededor a los ma¡ás esforzados guerreros y cazadores del país, para que le ayudaran a dar muerte al monstruo. Acudieron de todos los rincones de Calidón, armados con aguzadas lanzas y fuertes redes.

Entre aquellos famosos cazadores se encontraba una atrevida doncella llamada Atalanta, que no era otra sino la gran corredora, favorita de Diana y tan bella como valerosa. Nadie sabía quienes eran sus padres; decían que estos la abandonaron de niña en el bosque y que allí fue criada por una osa entre sus propios oseznos. Meleagro no tardó en enamorarse de Atalanta.

Pero aquella gran cacería inspiraba grandes cuidados a la reina Altea, madre de Meleagro, pues cuando nació este príncipe, ella tuvo una visión espantosa. Se le aparecieron en sueños las tres Parcas, que devanan el hilo de la existencia humana, y le predijeron que cuando el tizón que ardía en el hogar del palacio real se hubiera consumido, su hijo Meleagro moriría.

Aterrorizada, corrió al hogar, tomó el tizón ardiente de entre las brasas, y lo apagó con agua. Después ocultó el leño en el fondo de un arca secreta y la cerró con un candado cuya llave únicamente ella poseía.

Por último, los preparativos quedaron ultimados y se dio comienzo a la gran cacería. La jauría de feroces mastines se lanzó en pos del jabalí, y le obligaron a salir a campo descubierto. Atalanta y Meleagro, que iban a la cabeza de la partida de cazadores, se le acercaron dispuestos a matarle; pero el monstruo lleno de indómita furia, fue atravesándoles con sus grandes colmillos, hasta que Meleagro le clavó su venablo en el corazón, dejándolo muerto.

Meleagro cortó la cabeza del animal y lo despellejó, para ofrecer orgulloso estos sangrientos trofeos de la victoria a Atalanta. Pero esta acción ofendió a los dos tíos de Meleagro, que eran hermanos de la reina y consideraron que aquella silvestre muchacha no merecía tal honor. Así, acercándose a ella, le arrebataron la piel con gesto brusco.
Meleagro, inflamado por la ira ante tan desconsiderado modo de tratar a la muchacha, disparó sendas flechas contra sus dos tíos, alcanzándolos a ambos. Los dos hermanos se desplomaron y murieron con pocos instantes de diferencia.

Cuando los mensajeros llevaron la nueva de tal calamidad a la reina, ésta casi enloqueció de dolor. Pensando únicamente en vengar a sus hermanos, abrió a toda prisa el arca en que había permanecido encerrado el tizón durante veinte largos años y lo encendió al punto. La llama prendió vivamente y a los pocos instantes lo había consumido.

Al caer al suelo las cenizas, Meleagro, que aún permanecía parado y contemplando tristemente los cadáveres de sus tíos, profirió un penetrante grito y llevose la mano al pecho. Atalanta corrió a su lado, pero cuando tendía la mano para sostenerlo, él dio con su cuerpo en tierra: estaba muerto.

Así se cumplieron los terribles acontecimientos vaticinados en el sueño. Cuando la reina recobró la serenidad, comprendió que, llevada por su loco deseo de venganza, había matado a su propio hijo.
Abrumada por el conocimiento de su culpa, decidió quitarse la vida.


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