La más bella y encantadora de todas las divinidades que moraban en el Olimpo era Venus Afrodita, hija de Júpiter y diosa del amor. Uno de sus mayores deleites consistía en jugar con su hijo Cupido. Quienquiera que resultase alcanzado por sus flechas, experimentaba al instante los tormentos del amor, como todos sabían.
Un día, jugueteando descuidadamente con una de las flechas de su hijo, la diosa se hirió. La herida tardó largo tiempo en curar. Pero la flecha ya había obrado su efecto. Sólo con verlo, Venus se enamoró del bello efebo Adonis.
Adonis amaba los juegos y pasatiempos, en especial la caza. Nunca se cansaba de perseguir a los venados, ni le arredraban las bestias más feroces del bosque. Cuanto mayor era su ferocidad, más le gustaba seguir su rastro. Llevada por el amor que le inspiraba el joven, Venus, famosa por su belleza arrebatadora, su gracia y su encanto, ya no cuidó de conservarse atractiva y se entregó también a la caza. Jadeante y arrebolada, vagaba todo el día por el bosque, en pos de presas menos peligrosas. Pero no se apartaba de ella el temor de que Adonis sufriera daño al perseguir a las bestias feroces.
Tan temerario e imprudente era Adonis, que todos los días se enfrentaba con las fieras más temibles de la selva: lobos, leones, osos y panteras. Repetíale Venus una y otra vez que fuese precavido, pero él desoía sus prudentes consejos. Un día, después de advertirle muy especialmente que tuviera cuidado, la diosa montó en su carro y ascendió al Olimpo.
Pero poco después sus tristes presentimientos se cumplieron. Adonis logró acorralar a un jabalí al cual perseguía con arrojo temerario. Mientras la vociferante jauría mantenía a raya a la fiera, Adonis le arrojó su lanza y la hirió. El jabalí enfurecido se abalanzó sobre Adonis causándole terribles desgarros con sus colmillos. Adonis cayó al suelo, herido de muerte.
Venus se mostraba inconsolable ante el cuerpo de Adonis moribundo. Pero su profunda pena dio nacimiento a algo nuevo; pues vertiendo néctar en las heridas del joven, lo convirtió en una flor morada, la anémona. En sus momentos de tristeza, aquella flor le evocaba a Venus, el recuerdo de su perdido Adonis.
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