Cuenta la leyenda, que en el antiguo Japón, el sol se puso un día detrás de las montañas, con su radiante corona de llamas cual una resplandeciente bola de fuego.
Los montañeses no recordaban una puesta de sol tan magnífica en todos sus años de vida.
Pero cuando unas horas después se oyó el estridente canto del gallo y los campesinos se levantaron de sus lechos para saludar a la aurora, cual no sería su asombro al ver que el sol no reaparecía por oriente. Las tinieblas persistían. Sólo unos débiles relámpagos rasgaban la intensa oscuridad.
Un negro sudario se extendió por el mundo.
La larga noche proseguía y no brillaba el sol.
Las flores del campo se marchitaron, los arroyos se secaron y los ganados morían en las praderas.
Todo el mundo temblaba aterido en las garras del frío.
Los fieles se congregaron en el templo de Ama - Terasu, diosa del sol, y se postraron aterrorizados ante su altar, implorándole con estas palabras:
-¡Oh, diosa grande y resplandeciente, espíritu del sol! ¿Dónde estás? ¿Por qué nos has hecho esto? .
¡Muéstranos de nuevo tu risueño rostro y disipa estas malignas y tenebrosas nubes!
Pero la diosa del sol permaneció oculta.
La noche anterior, tras sostener una agria discusión con su hermano Susano, dios del mar, había huido a ocultarse en una caverna.
Los demás dioses y diosas, los devotos sacerdotes de su templo y los millares de fieles de su santuario, le suplicaron que abandonara su escondrijo, pero ella se negó. Se hallaba ofendida y se encerró a piedra y lodo en la caverna, sin querer ver a nadie.
El resultado fue que el mundo se quedó sin luz, sin calor y sin claridad solar; y las tinieblas se cernieron espesísimas sobre él.
En su desesperación, una de las diosas concibió finalmente un plan extraordinario.
Disfrazada de gallo, se puso a cacarear y a pavonearse ante la caverna donde se hallaba oculta Ama - Terasu. Luego emprendió una danza alocada y grotesca. Tan cómico y extravagante era su aspecto, que los demás dioses y diosas no pudieron contener su hilaridad. Sus gritos de alegría se hicieron tan estentóreos, que finalmente atravesaron las gruesas paredes de la cueva donde se ocultaba Ama - Terasu.
Curiosa por ver la causa de tal algarabía, la diosa del sol se decidió a entreabrir la puerta de la caverna y atisbar al exterior. A la vista de aquel espectáculo, tampoco pudo contener la risa; desternillándose de hilaridad, se asomó un poco más. Poco después salía por completo de la cueva.
Al instante, un áurea de luz inundó el mundo.
La alegría y el calor volvían a la tierra helada.
¡El sol había abandonado su escondrijo!.
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